En los últimos 45 días, Lula fue una tromba: visitó a Fidel Castro y Hugo Chávez en La Habana y Caracas, disertó ante banqueros en México, recibió a Humala, le deseó suerte a Cristina Kirchner y habló ante los mandatarios de la Unión Africana.
Luiz Inácio Lula da Silva faltó a la palabra empeñada. Antes de concluir sus 8 años de gobierno, lo que ocurrió el 31 de diciembre pasado, había prometido tomar distancia de las responsabilidades de Estado y sólo después de varios meses retornar gradualmente al ajetreo político. Nada de ello ocurrió.
En los últimos 45 días, Lula fue una tromba: visitó a Fidel Castro y Hugo Chávez en La Habana y Caracas, disertó ante banqueros en México (donde fue recompensado con una buena paga), recibió al futuro presidente peruano Ollanta Humala, deseó suerte a la candidata Cristina Fernández durante un encuentro con dirigentes kirchneristas en Brasilia y, lo más sobresaliente, repudió los bombardeos occidentales sobre Libia, al hablar el jueves pasado ante los mandatarios de la Unión Africana reunidos en Guinea Ecuatorial, antes de seguir viaje a Chile.
Por cierto, el ex mandatario hizo un comentario breve sobre la crisis libia, a la que refirió en una sola de las más de 120 líneas de su discurso en Africa, pero fue directo al punto. “Precisamos una ONU suficientemente representativa, capaz de negociar con valentía una salida pacífica a la crisis de Libia, de imponer un cese al fuego.”
Jean Ping, el titular de la Unión Africana, urgida de evitar la secesión libia y la implantación de un enclave de la OTAN en el norte del continente, fue más rotundo que Lula en su crítica a los ataques y el abastecimiento francés de armamento a los alzados.
“Las armas ya están llegando a Al Qaida, a traficantes de drogas y de personas. Serán usadas para desestabilizar a los estados africanos y secuestrar a quien sea que pueda pagar”, reclamó Ping en la misma sesión donde había disertado Lula. Al ex presidente no le escapan las masacres de Muammar Khadafi y otros líderes devorados por las protestas norafricanas, comparables, en su opinión, con las movilizaciones populares de los ’80 contra la dictadura brasileña.
Por eso el gobierno de la presidenta Dilma Rousseff anunció su disposición a estudiar la concesión de refugio para quienes intentan huir del infierno libio. Es factible que la alocución de Lula ante los 53 mandatarios africanos haya sido un mensaje destinado a la secretaria de Estado Hillary Clinton, por quien no parece guardar simpatía, especialmente desde que el Departamento de Estado lo cuestionó por acercarse a Irán en 2010.
Mientras Lula hacía proselitismo tercermundista en Africa, Clinton defendía la democracia occidental en España, donde conversó con el premier José Luis Rodríguez Zapatero y recibió un jamón de manos del dirigente conservador Mariano Rajoy, un entusiasta de las incursiones de la OTAN.
Los discursos de Lula y Clinton exhiben las divergencias, claras aunque sin llegar a ser antagónicas, existentes entre Brasilia y Washington sobre el conflicto libio, ya insinuadas meses atrás, cuando los sudamericanos se abstuvieron en la votación del Consejo de Seguridad que aprobó la Resolución 1973, promovida por la Casa Blanca y autorizando los raids sobre Trípoli. Un detalle. Las palabras de Lula abogando por una solución negociada en Libia no expresaron un parecer personal, fueron oficiales, porque la presidenta Rousseff lo designó como jefe de la misión brasileña ante la Unión Africana. Este nuevo capítulo de la política externa brasileña, con Lula desempeñando el rol de canciller ad hoc, dejó instalado un discurso de doble mano.
Así, mientras Dilma (reciente anfitriona de Barack Obama) atenúa las aristas con Washington, pero sin llegar a una diplomacia carnalmente menemista, Lula aguijonea al Primer Mundo y se torna cada vez menos simpático para Washington, o al menos para los halcones que cercan a Obama.
El mundo marcha hacia un orden “multilateral, una nueva geopolítica, con la presencia de nuevos actores... Precisamos una ONU suficientemente representativa para enfrentar las amenazas a la paz mundial”, dijo el jueves en Guinea Ecuatorial.
Y el viernes, en Angola, reforzó, “creo que América latina y el continente africano deben tener más representación en el Consejo de Seguridad. Eso es sólo una cuestión de tiempo. Brasil puede y debe tener una relación más fuerte con el continente africano... Brasil tiene la obligación política y moral de ayudar al desarrollo de Africa y la presidenta Dilma Rousseff está comprometida con esa idea”.
Lula ha trabajado, durante sus ocho años de gobierno, para conquistar la confianza de los mandatarios africanos, en el entendimiento de que esa alianza con ese continente es crucial para la proyección global de Brasil, y en la disputa silenciosa por espacio de poder frente a China, que lleva las de ganar por sus inversiones en el Continente Negro.
Los resultados efectivos de esa aproximación comenzaron a verse hace 15 días, cuando Brasil, con el apoyo africano y otros países del Tercer Mundo, conquistó la dirección de la influyente FAO, organización de la ONU para la Agricultura, derrotando al ex canciller español Miguel Angel Moratinos. La elección del ingeniero José Graziano evidencia el peso cada vez mayor de Brasil.
Darío Pignotti
By: Pagina/12
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